Historias de vida: Silvia Delgado

La productora rural Silvia Delgado vive en Guerrico, en una chacra apostada a la vera de la Ruta Nacional 22. El traslado desde España de su familia, su estadía en la antigua Estancia Flügel, la época en la que trabajó como concejal del radicalismo y las nuevas exigencias del mercado son algunos de los temas que marcaron el ritmo de su vida.  

Silvia Delgado tiene 76 años y es una reconocida productora de la región. Aunque vinieron de diferentes regiones, todos sus abuelos viajaron desde España para comenzar una vida como agricultores en Allen y Cervantes, en chacras compradas por sus abuelos paternos a los fundadores de las ciudades.  

“Mis abuelos son descendientes, sí. Los cuatro son descendientes. Nada más que mis abuelos paternos son de Andalucía. Y mis abuelos maternos, uno era de León y el otro era de Castilla la Vieja. Eran de dos distintas provincias de Mérida” comenta Silvia Delgado, sobre antiguas regiones de España.

A diferencia de su familia materna, la familia de su padre vino mucho antes a la Argentina, cuando su abuelo huyó de las guerras africanas en busca de un mejor destino. “En la familia había un conde, mi abuelo lo buscó y él sacó de España y lo mandó a Argentina. Se vino mi abuelo solo y se quedó allá mi abuela con tres hijos, dos hijas y un hijo”. Su abuela logró escapar de la guerra junto a sus dos hijas, pero la fiebre amarilla le arrebató a su único hijo. 

Una vez en suelo argentino, su abuelo se trasladó a la Estancia Flügel, ubicada en el kilómetro 1192 de la Ruta Nacional 22, en cercanías a la ciudad de Allen, donde 80 peones fijos trabajaban. “Mi abuelo vino a Flügel, que era una estancia enorme ahí en Allen, grandísima. Vino a trabajar y después, como a los tres años, vino mi abuela, ella era la cocinera de Flügel para todo el personal”. Posteriormente, nacerían otros 7 hijos más. 

El trabajo les posibilitó hacer el dinero suficiente para comprar una chacra en Allen y otra en Cervantes, de 30 y 16 hectáreas cada una. La chacra de Allen pertenecía a Patricio Piñeiro Sorondo, el fundador de Allen, y las chacras de Cervantes pertenecían a Vicente Blasco Ibáñez, el hombre que escribió el famoso Best Seller Los cuatro jinetes del apocalipsis. En honor a la máxima figura de la literatura española, Ibáñez bautizó aquellas tierras como Cervantes. 

Cuando el padre de Silvia tenía 20 años, su abuelo falleció y las chacras fueron divididas y entregadas a cada uno de los hijos. “Mi papá empezó a sembrar maíz, tomate y después la primera plantación que hizo fue de viña. Esto era todo viñedo y nogales. Pero posteriormente se hartó de la viña y quiso poner frutales” 

La propiedad fue adquirida hace más de 75 años y la familia Delgado ha vivido allí desde entonces. “Mi mamá trabajaba a la par mi papá y nosotras, – ella y su hermana – cuando empezamos a poder también, sacábamos las hojas para que mi mamá y mi papá fueran podando. Nosotros hicimos el trabajo, mi mamá cortaba la uva y mi papá la echaba en los tanques”. 

La productora recuerda: “Nosotros teníamos un camión que se lo compramos a unos gitanos y con eso mi papá llevaba el tomate. Era un camión usado y era un sacrificio, con los tractores, con todo había que juntar la plata, era sudor y lágrima”. Siendo más grandecitas, tuvieron que comenzar a administrar su vida rural con las idas y venidas a la escuela, donde los deberes se dejaban para la noche, mientras que en el día se dedicaban a trabajar la tierra.

“Cuando teníamos 15 años, mi papá cargaba las jaulas al camión, mi hermana y yo entre las dos subíamos atrás, arriba, porque al otro día mi papá tenía que llevar los cajones al galpón. Nosotras también cosechábamos. Cosechamos de abajo y mi viejo desde arriba” cuenta Silvia y agrega que ellas siempre hicieron de todo porque nunca tuvieron “plata grande” y lo único que tenían era el laburo. 

Los años pasaron, la hermana de Silvia contrajo matrimonio y tuvo cinco hijos; Míriam, Lucas, Matías. “Las mellizas, el chico del perro, este futbolero y Míriam. Yo no tengo hijos, no me casé tampoco. No me casé porque no quise. Dije que no me casaría y así lo hice”. La vida de Silvia transcurre en la chacra, dedicada al cuidado de sus padres, pero también tuvo una época abocada a la política. El 10 de diciembre de 1983, Raúl Alfonsín asumió la presidencia de la Nación y los partidos radicalistas de Allen la fueron a buscar. 

“Yo les dije poneme lejos porque tengo a mis padres bastante viejos y yo no los quiero dejar. Pero resultó que un día me llamaron porque los otros habían renunciado y yo había quedado segunda en la lista. En el velatorio de un tío me llamaron para que fuera a jurar” Y agregó; “Marzoco Faustino me ofreció la intendencia, pero yo no la quise porque yo le dije que si subía a la municipalidad al otro día no le iba a quedar ninguno porque a mí me ponían los pelos de punta cuando iba al pueblo por alguna razón y ver a los empleados todos apoyados en la pala” 

La Unión Cívica Radical estuvo en la intendencia hasta 1987, año en el que perdió la gobernabilidad de la ciudad ante el Partido Provincial Rionegrino. Para aquel entonces, la chacra en Allen se dividió en dos partes, una administrada por Silvia y la otra por el marido de su hermana. 

“Buscaba peones, pero bueno, cuesta mucho cuando una mujer busca a los obreros. Había 12 o 15 empleados, pero ya en ese entonces no trabajaba a la par de ellos, andaba detrás de ellos. Tenía un muchacho que me acompañaba bastante, que manejaba el tractor, manejaba la cuadrilla. Me ayudaba mucho”. 


Una queja que resuena siempre entre los productores es la competencia desigual que enfrentan con las grandes empresas y la incapacidad de llegar a los estándares del mercado. “La manzana Gala no tiene mucho color y te dicen que tiene que ser colorada, ¿dónde dice?”, cuestiona la productora y agrega; “es bicolor, está cruzada con Golden entonces no puede ser colorada. Pero bueno, el pueblo es el pueblo”.

La exigencia estética también perjudicó a otras variedades locales que hoy en día ya no tienen un lugar asegurado en el mercado local. “Cuando deje de trabajar la manzana Red Rionegro venían desde la sidrera que querían que se las vendiera por el aroma, porque no había manzana tan única como esa, ni el olor ni el sabor de la Red Rionegro. Venía gente del Tigre a buscar barbecho para plantar ellos porque era única, pero la tuvimos que arrancar toda porque acá no la quería nadie, decían que no hacía mucho color”.

“Desgraciadamente, las grandes empresas no dejan trabajar. Cada vez la fruta vale menos y no nos pagan lo que tiene que pagar. Hoy ya no estoy en actividad porque hace dos años se la alquile a mi sobrino Rolando Magrio. Pese a todo, sigo trabajando, hago quinta” concluyó Silvia. 

El futuro de la producción es incierto, pero ella sabe que la tierra corre por las venas de los Delgado. Cuando ya no esté, la chacra pasará a manos de sus sobrinos que, pese a trabajar en la ciudad por cuestiones económicas, no dudan ni un segundo en volver. “Uno de mis sobrinos está trabajando en YPF y gana una locura, pero no le gusta. Yo le decía qué trabajo te gustaría?, sino que te gusta este que estás haciendo” y siempre contesta “la chacra”.